jueves, 8 de septiembre de 2011

Trágica fatalidad

Simona tuvo un día pésimo, se podría decir que se levantó con el pie izquierdo. Se despertó con el golpear de la lluvia contra el cristal. Así empezaba otro día más, como otro cualquiera, con desgana debía acudir a clase. Sin embargo, eso aún ella no lo sabía, ese día cambiaría el resto de su vida.
Malhumorada soportó todas y cada una de las clases, no sin gran esfuerzo, pues en más de una ocasión sintió deseos de marcharse, se dieron muchas situaciones que propiciaban que lo hiciera, mejor no entrar en detalles. Por la tarde tenía que hacer una exposición oral, pero no pudo, no aguantaba más y se marchó.
Huyó de la Universidad como si fuese la muerte, bajo la lluvia y sin paraguas corría por la calle hasta que se tropezó con una baldosa suelta, con tan mala suerte de que era el final de la acera y quedó en mitad de la carretera. No fue capaz de levantarse, a pesar de que corría el riesgo de ser atropellada.
Se detuvo una furgoneta volkswagen T3 verde. El conductor al verla se apeó inmediatamente, fue hasta ella y la ayudó. La subió a su furgo y se fue a un parque cercano. Simona ni se movió en todo el trayecto.
El joven se llamaba Carlos, también estudiante universitario y al parecer, buena persona. Poco a poco la chica volvía en sí, lo primero que vio fue la cara de él y gritó. No, no era en absoluto feo, pero se asustó. Él la tranquilizó, que no se preocupara, no la iba a hacer nada, sólo quería ayudarla.
Hablaron. Sí, él era un completo desconocido pero le inspiraba confianza así que se desahogó y le contó todos sus problemas. Él también lo hizo. Misteriosamente habían conectado. Llegaron a la conclusión de que tenían que escapar, irse a un lugar mejor y, a ser posible, soleado.
Cuando llevaban una hora de camino con rumbo a ninguna parte encontraron un lugar ideal. Era un parque que comunicaba directamente con la playa, lo mejor de todo, en el despejado cielo azul brillaba un intenso sol. El joven sacó una toalla y la extendió en la hierba. Allí se tumbaron a charlar y a tomar el sol, parecía que se conociesen de toda la vida. Como si fuese magia, es sorprendente a la par que extraño las cosas que suceden a veces.
Por fin se sentían libres, despreocupados de su monótona y pesada vida. Se podría decir que habían alcanzado la felicidad. La desgracia les unió, ambos debían encontrar la alegría juntos, estaban destinados a conocerse y a compartir momentos como ese juntos. Así es como un detalle mínimo puede tener una gran repercusión en el resto de tu existencia.

Anochecía, así que volvieron a la furgoneta y la llevaron hasta la playa. El cielo estaba despejado y estrellado, era una noche estupenda. Abrieron el techo y se tumbaron en la parte trasera del vehículo juntos y abrazados, contemplando el firmamento, escuchando el mar revuelto.
  • No quiero volver nunca – susurró ella.
  • Tranquila, no lo haremos, nos quedaremos aquí para siempre.

Porque siempre es siempre, allí se quedaron, unidos el uno al otro para toda la vida, que fue breve. El mar se los llevó.

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