domingo, 10 de octubre de 2010

Un simple relato

Me desperté sobresaltada a causa de un grito aterrador que resonó por mi apartamento medio vacío. Me llevó un tiempo darme cuenta de que el espeluznante sonido provenía de mí. Me empecé a calmar y, por curiosidad, miré el reloj. En menos de un segundo mi cara pasó del disgusto al fastidio: eran las 4 de la mañana. Me levanté a lavarme la cara, necesitaba despejarme. Caminaba descalza y arrastrando los pies, con tan mala suerte que me tuve que tropezar con el único mueble, a excepción de la cama, que tengo en el salón, que a la vez es mi dormitorio y mi cocina. El mueble en cuestión es una estantería que ocupa la pared entera.
Una vez relajada me preparé un café, no tenía intención de volver a la cama. Sabía que una vez que las pesadillas se hubieran entrometido en mi sueño, no sería capaz de volver a descansar. Siempre era lo mismo, aunque por suerte, no me sucedía todos los días, pero sí lo bastante frecuente para que resultara molesto. Lo peor de todo, es que no podía adivinar su causa, pues una vez despierta, me era imposible recordar qué era tan terrible para gritar de ese modo.
Se presentaba ante mí un largo día, aunque en realidad sólo tenía dos horas más de lo habitual. Me levantaba puntualmente a las 6 de la mañana todos los días, considero que es importante descansar, pero no me gusta vaguear en la cama, me parece una pérdida de tiempo, madrugando se aprovecha más el día.
Trabajo de freelance para el periódico de la ciudad, es inconstante la cantidad de dinero que manejo, pero me administro bien. Cuando tienen sitio y me dan algún trabajo, los ingresos son elevados, lo que me permite vivir de manera cómoda. El hecho de que viva en un pequeño apartamento y desprovisto de muebles se debe más a una razón “espiritual”, no sé si sería la palabra adecuada, que a razones económicas.
Esta semana no tenía ninguna labor, pero eso no me impedía seguir mi rutina: todos los días escribía. Es la mejor forma de tener la mente activa. La falta de decoración del entorno resultaba muy propicia para desarrollar las ideas de una manera más fluida, como si se sintieran más libres.
Hoy se había producido un cambio en la rutina, así que tenía que aprovechar ese tiempo de alguna manera que no alterase el resto del día. Me acerqué a la estantería repleta de libros y caminé de un extremo al otro sin encontrar nada que me apeteciera leer. A lo mejor por la parte de arriba se escondía algo interesante... En esos momentos era cuando me daba cuenta de que tener una silla no sería mala idea. Se me ocurrió que podría avisar a algún vecino, en cuanto recordé la hora que era deseché la idea. Me dirigí a la cocina. Me estaba tomando mi segundo café mientras contemplaba al enemigo. ¿Tengo imaginación para escribir una historia y no para alcanzar un libro? Me reí, ya sabía como vencerle. Me dediqué a sacar libros de la zona media de los estantes, luego, como si se tratara de una montaña empecé mi escalada. La estantería no podía venirse abajo por dos motivos: uno, yo pesaba muy poco; y dos, estaba atornillada a la pared. Mi esfuerzo valió la pena, hallé una joya entre toda la colección de mis desordenadas obras: Pregúntale al polvo de John Fante. Me apresuré en recoger todos los libros para comenzar mi lectura lo más pronto posible, el tiempo no se detendría y yo había derrochado ya bastante.
Me tenía totalmente sumergida la lectura, pero no me despisté de la hora, tenía como un reloj interno perfectamente cronometrado. Me tomé otro café y dí comienzo a mi trabajo.


Eran las 8, la hora del descanso, me daría un paseo de una hora, hay que mantenerse en forma. Como era mi costumbre, fui al parque que había en el otro extremo de la ciudad. Tenía zonas verdes más cerca de mi vivienda, pero no me gustaban tanto. Ese sitio tenía algo especial, que además, me ayuda a pensar y me inspiraba. Aunque mi cuerpo estaba descansando, mi mente seguía trabajando.
Antes de subir a casa paré en una cafetería. El camarero, siempre atento, ya sabía lo que quería, así que sólo tuve que saludar. No soy de esas personas que están hablando con todo el mundo, soy más bien introvertida, lo que me facilita cumplir mis horarios. Pero el camarero era un viejo conocido y siempre me hacía la misma pregunta, todos los días igual. 
  • ¿Cuántos cafés has tomado ya? No deberías tomar tanto.
  • Ya bueno, así te doy un poco de trabajo, ¿no?
No me explico por qué le interesa tanto el café que tomo, no es asunto suyo... No me demoré más del tiempo necesario para que se enfríe un poco el café y beberlo. No podría soportar más preguntas, no tengo tanta paciencia.
En casa, de nuevo a las teclas para hacer algo útil, me encantaba escribir. Desde pequeña me gustó siempre, eso es vocación. Además, el hecho de que tenga beneficios económicos resulta más atractiva la idea de escribir. Volví a salir para hacer la compra. Me gusta salir pronto porque así evito las largas colas que se producen en las horas punta. Al parecer, mi vecino parece tener la misma idea porque siempre coincido con él y muy amable se ofrece a llevarme la compra, pero nunca le dejo, no compro casi nada, lo básico para sobrevivir cada día. Normalmente la gente en la ciudad es más independiente que en un pueblo, puedes vivir años en un edificio y no conocer nunca a tus vecinos. Nadie te habla si no es porque necesita algo, cosa que me parece estupenda, odio que la gente se entrometa en mi vida, tengo suficiente con el camarero, mi vecino, algún que otro compañero de trabajo y mi familia. En realidad, mi familia no es gran molestia, hablo una vez a la semana con mis padres para decirles que estoy bien, y sólo les veo en fiestas. Creo que vivir así es parte de la independencia.
Recibí una llamada, tenía que ir a la oficina, era urgente. Mi pesimismo me hizo pensar en lo peor: me van a despedir. No había motivo alguno para que lo hicieran, pero mi cerebro en estos casos no razona mucho. Rápidamente me vestí con algo más elegante que un chándal, que era lo que llevaba puesto, y me fui a la oficina.
No me iban a despedir, querían ofrecerme un trabajo porque un chico se había tenido que dar de baja. Me daba pena que hubiera enfermado, porque además, me pareció oír que ese reportaje era muy importante para él, lástima que ya no lo pudiera hacer.
De inmediato me puse a ello, porque cuanto antes lo terminara, más tiempo tenía para repasarlo y dejarlo perfecto.
Por la tarde, volví al bar a tomar otro café. Necesitaba ese descanso para poder rendir plenamente. Tuve una sensación extraña de camino al bar, como si alguien me siguiera. Era ridícula tal cosa, así que supuse que serían imaginaciones mías a causa de tanto trabajar. Por la calle me crucé con mi compañero, supuestamente enfermo, que me confesó que aunque le gustaba su reportaje, prefería tomarse unas vacaciones. Le dí las gracias porque así yo tenía mis ingresos y le recomendé que se escondiera un poco mejor o tendría problemas.
La cafetería estaba inusualmente llena. Encontré una pequeña mesa vacía y me senté a esperar pacientemente. Mientras hacía unas gestiones con mi teléfono me dio un escalofrío. Miré a mi alrededor y me pareció que todo el mundo me miraba. Pensé que estaba enloqueciendo, que el trabajo me afectaba mucho y que debía reducir las horas que le dedicaba. Sentí unos ojos clavados en mí. Al alzar la vista ahí estaba personificado a mi lado el camarero y me traía mi café solo. No sé por qué, pero me resultó muy extraño. Decidí que tenía que regresar a casa lo más pronto posible. La situación empeoró cuando fui a pagar mi consumición y el camarero me dijo que me lo había pagado un chico que acababa de salir por la puerta.
No había caminado ni una manzana cuando alguien me agarró y tiró de mí hacia un callejón. Me tapó la boca y me tenía sujeta de tal forma que no podía verle la cara. Abrió una puerta y de un empujón me tiró al suelo, noté mi mano humedecida y al mirarla descubrí que estaba sangrando. El local estaba en obras, así que había escombros por todas partes y yo había caído sobre cristales. Estaba muy asustada, pero mi espanto fue mayor al ver a la persona que me había metido allí: mi vecino. 
  • ¿Qué ocurre? - yo no entendía nada.
Se rió de mí y antes de que yo pudiera hacer algo me amordazó y me maniató. Me insultó y me echó en cara que yo le provocaba, que le daba esperanzas y que luego le ignoraba. Yo no sabía de qué estaba hablando y no sabía cómo salir de allí. Se oyeron golpes en la puerta. 
  • ¡Sal de ahí ahora mismo y no la hagas nada!
Sentí cierto alivio al ver que alguien me podría ayudar, pero me asusté al ver su cara, la de mi vecino, que enloquecido de rabia me abofeteó. Tiraron la puerta y allí en el umbral apareció un chico joven y guapo, llevaba una pistola en la mano. 
  • ¡Policía! Si no quieres que dispare, alejate de ella ahora mismo y más vale que no hagas ninguna tontería.
Para mi sorpresa, mi vecino obedeció y el apuesto héroe le puso las esposas. Hizo una llamada y en poco tiempo se lo llevaban arrestado. Vino hacia mí y me preguntó cómo estaba. Era evidente que no muy bien, así que me llevó al hospital.
En el trayecto me explicó que tenían vigilado a mi vecino desde hace algún tiempo y que habían observado que tenía fijación conmigo, estaba obsesionado. Ya había estado en la cárcel por secuestro y violación, pero que en poco tiempo había salido, así está la justicia. No podían avisarme, pero habían estado pendientes para actuar cuando la ocasión se presentara.
Fui a poner la denuncia pertinente por el incidente. El chico estuvo conmigo en todo momento, fue muy amable y descubrí que sabía muchas cosas de mí. Me dijo que era peligroso que llevara mi rutina porque así era más fácil que me controlaran. Estuve hablando mucho tiempo con él y congeniamos estupendamente, teníamos muchas cosas en común. No había pasado mucho tiempo y sentía que nos conocíamos de toda la vida. Nunca había conectado con alguien de esa manera. Podía ser interesante abrirme un poco y tratar de hacer relación con la gente, no me vendría nada mal.
Cuando estuve acostada no me podía creer el día que había tenido, fue larguísimo. Una gran ventaja es que mi reportaje para el periódico me había salido muy bien. Trataba sobre la seguridad en la ciudad. ¿Me sentía segura? Al girarme y ver junto a mí al policía obtuve la respuesta. Día y noche, no tendría nada que temer nunca más, ni cuando el loco de mi vecino volviera a salir de la cárcel para terminar lo que apenas pudo empezar.

1 comentario:

  1. anda que aqui la historiadora que imaginacion tiene. Gran blog con gran imaginacion.

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