viernes, 15 de octubre de 2010

Hay amores que matan

  • ¡Danna! ¿Quieres contestar al teléfono?- era mi marido.
  • Tú estás más cerca...-le dije yo perezosa.
  • ¡Pero es de tu trabajo!-me recriminó.
   Fui rápida a contestar, la pereza se había esfumado. Ante todo estaba mi trabajo, era lo más importante para mí, rivalizaba en el primer puesto con mi marido, Igor, un encanto de hombre. Me enamoré de él nada más verle.

   Años atrás. Yo acababa de salir de la Academia de la Guardia Civil y tenía mi carrera de Criminología. Con 22 años recién cumplidos me creía dispuesta a limpiar el mundo de toda la basura social que pululaba por el planeta. Tardé un mes en darme cuenta de lo irreal de la situación. Llevaba bastante tiempo encontrar culpables pero conseguir que se quedaran encarcelados, tal y como estaba la justicia, era todavía peor, prácticamente, misión imposible. Me habían destinado a un pueblo que era bastante tranquilo, pero como todos los sitios, no estaba libre de criminales. No me podía quejar de los compañeros que me habían tocado, estaba a gusto y el sargento del puesto actuaba como uno más, no con la arrogancia que el rango superior les dotaba a la mayoría. Sabía que me podría ocasionar problemas, pero no pude evitarlo, me enamoré de Igor, el inconveniente residía en que Igor era mi sargento. Inexplicablemente, fui correspondida, pero lo mantuvimos en secreto. Al pasar un año, me había llegado el momento de pedir destino, no podía quedarme en ese puesto, así que intenté marcharme a uno que no estuviese muy lejos. Tuve suerte y acabé en un pueblo que distaba muy poco, a una hora en coche. Así que hicimos pública nuestra relación y tres años después nos casamos. Yo tenía 26 años y él 34. Él permaneció en su puesto, pero yo no pude volver a la zona, lo máximo que conseguí fue estar a veinte minutos de viaje en coche.
   Al principio tuve algún que otro problema en mi trabajo. El principal, que era mujer, el segundo que era buena en mi trabajo y el tercero, pero no menos importante, que era la mujer del sargento, que por alguna razón que yo desconozco, no parecía estar bien visto. Con esfuerzo conseguí hacerme respetar y las cosas iban estupendamente, hasta el punto de que cuando había algún asunto serio recurrían a mí.

   Y esta era una de esas ocasiones. Dos compañeros se habían dado de baja, así que el puesto había quedado un poco vacío y en mí recaían determinadas labores que antes no tenía. Metía algunas horas extra, lo que me ocasionó problemas con mi marido. Estaba muy estresada y como consecuencia discutíamos mucho.
   Tras una larga charla decidimos que teníamos que tomarnos unas buenas vacaciones juntos y resolver las rencillas que habían surgido.

   Dos meses después del suceso disfrutábamos de nuestro tiempo libre, pasando dos semanas en una cabaña alejados de todo y de todos, sin contacto alguno con el exterior.
   Nos habíamos llevado la cámara de video que la utilizábamos en nuestras excursiones matutinas y para pasar el rato en el interior de la cabaña. Así, tendríamos algo de lo que reírnos a nuestro regreso y un recuerdo de un tiempo en el que vivimos bien, por si volvíamos a tener alguna crisis. Nos divertimos como si fuésemos las mismas personas que al principio, cuando aún no eramos pareja y el hecho de llevar la relación en secreto la hacía más atractiva.

   Ya sólo nos quedaba un día de descanso y teníamos pensado aprovecharlo. Me desperté temprano, así le prepararía el desayuno y se lo llevaría a la cama en plan sorpresa. Le dí un beso en la frente y me marché a la cocina. A medida que avanzaba me sentía peor. La casa se hallaba desordenada al completo. ¿Qué pasó? Por muy alborotada que fuera la fiesta que montamos, siempre dejamos todo recogido, porque al día siguiente siempre cuesta más, nos detenemos mil veces para recordar por qué tal cosa está de tal modo. Decidí regresar a la habitación para despertar a mi marido y alertarle de que igual nos habían entrado a robar. No fui capaz de despertarle, y no porque tuviese un sueño muy profundo, si no porque estaba muerto.

   Antes de llamar a nadie me tomé la libertad de investigar por mi cuenta, para algo era criminóloga. Tengo sangre fría, pero tampoco tanta como para no verme afectada por el repentino fallecimiento de mi esposo. Pasé mucho tiempo llorando, pero conseguí serenarme diciéndome a mí misma que mis lágrimas no servirían de nada. Tenía que encontrar al asesino y no pararía hasta lograrlo.
   Inspeccioné el entorno. Me dí cuenta de que lo correcto sería avisar por teléfono de lo ocurrido, porque si tardaba mucho tiempo podría estar incluida en la lista de sospechosos. Llamé y me dieron orden de no actuar, quedaría alejada del caso por tener vínculo emocional. De ninguna manera podía permitirlo, todavía tenía un par de horas hasta que llegasen a la cabaña. Lo primero que hice fue ver cómo habían matado a Igor, porque en ningún momento pensé que se pudiera tratar de una muerte natural. Había en el suelo junto a la cama un cojín, por lo que supuse, también por el hecho de no ver ningún rastro de sangre, que le habían asfixiado. No podía estar segura hasta que no lo confirmara una autopsia. Procedí con el estudio de la estancia, si estaba todo revuelto quería decir que quién fuera buscaba algo y lo más seguro es que nos hubiesen robado. A pesar de todo el desorden, sólo faltaba una cosa: la cámara. Posiblemente fuese una prueba porque lo último que recuerdo es que la teníamos en la habitación, estaba encendida y a lo mejor había grabado al culpable, o a los culpables, porque no sabía de cuanta gente se trataba. En ese instante me dí cuenta de que no recordaba mucho de la noche anterior. Por el suelo del cuarto había botellas de alcohol vacías, pero no las suficientes como para no ser capaz de recordar la noche pasada.
   Llegaron las autoridades y les conté todo lo que había averiguado. Estuvieron de acuerdo conmigo y conseguí que no me mantuvieran al margen del caso. Tenía que llegar al fondo y debía hacerlo yo, por Igor.
   Sin saber cómo, el caso se filtró a la prensa, lo cual era un fastidio porque no hacían más que tergiversar la información y entorpecer en el procedimiento.
   Pasaba el tiempo y no conseguíamos aclarar nada, sólo la autopsia confirmó lo que yo ya sabía. No había ni rastro de la cámara y era la única prueba que parecía haber.

   Enfriado ya el cadáver de Igor, me sentí con valor suficiente para revisar sus cosas. Y encontré cosas que no me gustaron nada, pruebas de que me había sido infiel. Estuvo con otras mujeres mientras yo me deslomaba con las horas extra en el trabajo. Esto me hizo pensar. ¿Y si alguna de esas mujeres, celosa de mí, la única a la que le pertenecía Igor, le hubiera asesinado? Tenía nuevas pruebas, pero mucho miedo de comentarlo con el resto del equipo, aunque pudiera arrojar algo de luz al caso, también suponía quedar yo como una cornuda y eso sería una humillación. Permanecí en silencio, lo resolvería yo sola.
   El equipo daba la impresión de que se había olvidado de su querido sargento. Entiendo que había trabajo y otros asuntos que resolver, pero no se oía ni un sólo comentario del tema. ¿Habrían abandonado el caso?
   El enfoque de las mujeres no era muy útil, tenían coartada, así que no pudo ser ninguna. Bueno, una sí. Pero prefería en este punto estar equivocada, no podía aceptarlo. Yo no podía ser la asesina de mi marido, la autora del crimen de Igor. Es cierto que me había puesto los cuernos y que por supuesto, no me había sentado nada bien, pero de ahí a matarle...
   Revisé mi maleta, la que había llevado a la cabaña. No la había desecho todavía. Y encontré algo que no me gustó en absoluto, porque me delataba de una manera considerable. Había encontrado el envase de Rohypnol, era un medicamento, que entre otras cosas, tenía la facultad de hacer olvidar eventos, provocaba amnesia. Esto explicaría por qué no recordaba gran cosa de la última noche que pasé con Igor.
El hallazgo me descolocó por completo. No sabía qué hacer, no podía pensar, estaba bloqueada. El sonido del timbre me hizo reaccionar. Abrí la puerta sin mirar siquiera quien estaba al otro lado. Me quedé paralizada al abrirla: era Igor.
   Me arrojé a sus brazos, estaba vivo, yo no le había matado. Me sentía feliz, aunque confusa. Él me apartó y me dijo: 
  • Tú lo hiciste. Eres una asesina.
  • No, yo no...- tartamudeé.
   Empezaron a salir cojines por todos lados. ¿Qué ocurría?
   Cuando estaba a punto de ahogarme entre tanto cojín me desperté. Más asustada no podía estar. Fui a mi maleta y allí estaba el envase. Eso no formaba parte del sueño, pensé con gran disgusto. El timbre sonó. En ese momento se me heló la sangre, como se suele decir, si me pinchan no sangro. Esta vez utilicé la mirilla. Eran dos guardias de mi cuartel y venían de uniforme. No hace falta ser muy listo para saber lo que viene a continuación. 
  • ¿Nos puedes acompañar?
  • ¿Acaso tengo otra alternativa?- dije con resignación.
   Tras un interrogatorio, en el que me contaron que habían encontrado la cámara enterrada en los alrededores de la cabaña, y que, efectivamente, se veía al asesino en una grabación, mejor dicho, a la asesina. ¿Quieres ver el vídeo? Me dijeron. No era necesario, ya sabía que en él sería yo la protagonista. También me contaron que sabían el motivo del crimen. En la misma grabación se podía escuchar a Igor, bajo los efectos del alcohol, confesarme que me había sido infiel y que se sentía dolido porque había descubierto que yo tomaba drogas, lo que explicaba que yo no me acordase de nada.


   Ahora estoy en la cárcel, cumpliendo condena por un delito que casi no recuerdo haber hecho, pero que las pruebas dejaron claro que cometí yo. No tardaré mucho en salir con mi buena conducta. Podré llevar una vida normal, a excepción de que queda en mi conciencia difuminado el asesinato de Igor y que no podré seguir trabajando como Guardia Civil. Pero hasta entonces, viviré sin hacer nada a cargo del Gobierno. Me dedicaré a estudiar otra carrera, así luego la reinserción será mucho más sencilla. Al menos una cosa conseguí, había descubierto al culpable en el último caso en el que trabajé, en el más duro por ser mi marido la víctima y yo la culpable.

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