miércoles, 13 de octubre de 2010

Toc, toc, ¿se puede?

Lo que voy a narrar es una historia de terror, pero no esperes encontrarte casas abandonadas, noches tormentosas, ni cosa que se le parezca, porque las peores historias de terror ocurren a la luz del día, a la vista de todos. Lo más aterrador no es ni más ni menos que la cruda realidad.
   Antes que nada me voy a presentar, mi nombre es Mateo. ¿Por qué Mateo? Porque mi creadora no conocía a nadie con ese nombre y así el relato no puede vincularse a nada. Tengo 22 años y estoy loco, bueno, al menos eso es lo que dicen, pero yo no estoy de acuerdo. Simplemente tengo una visión distinta de la realidad que el resto de la gente, ahí reside mi problema. Llevo una vida que se puede considerar normal, uno más entre la gente, no hay gran cosa que contar.
   Hoy me levanté de mal humor. ¿Por qué motivo? Ni yo mismo lo sé. Pero cuando eso ocurre el día nunca suele mejorar, todo me molesta, hasta el más mínimo detalle me irrita. Decidí salir a dar un paseo, porque eso me suele relajar, el ejercicio hace sentir bien a todo el mundo, pero esta vez tardaba en hacerme efecto. Más de la mitad del camino me lo pasé enfadado conmigo mismo y lleno de rabia, quería golpearlo todo, quería gritar y me sentía impotente, ni para llorar estaba de humor. Al final, pagué mi frustración con las piedras, piedra que encontraba, la saludaba con una patada que la lanzaba hasta el otro lado. Ellas no tenían la culpa de nada, pero estaban en medio. Poco a poco me fui tranquilizando.
   Una vez en casa, me tumbé en la cama a reflexionar mientras escuchaba a Tchaikovsky. ¿Quién entiende a la gente? Unos días se deshacen en saludos y sonrisas, mientras otros, ni una mirada te dirigen, te ignoran por completo como si no existieras. Para que luego digan que el loco soy yo.
   Loco, se dice muy a la ligera. Pero por qué me dicen así... Un segundo, que llaman a la puerta. Voy a abrir y no hay nadie. ¿Será la soledad que viene a buscarme? Siempre pasa lo mismo, llaman y llaman, voy a abrir y no hay nadie. Nadie. Todo el mundo se va, todos nos quedamos solos, nada permanece. Estamos condenados a vagar por el camino de la vida en compañía de nosotros mismos. Lo mejor de ello es que no nos vamos a traicionar, porque tarde o temprano, ocurre, la gente falla.
Suena el teléfono y respondo. 
  • ¿Quién es?- pregunto.
  • Tu fiel compañero- obtengo como enigmática respuesta.
  • No quiero hablar contigo.
  • ¿Prefieres hablar contigo mismo? Porque no notarás mucho la diferencia- se burló de mí.
  • ¿Qué quieres?- mi tono delataba mi estado de ánimo.
  • Cuida tus modales. Sólo quería recordarte quién eres, no lo olvides.
Y la línea se cortó. Sólo se oía el pitido insistente que remarcaba que al otro lado ya no había nadie. 
  • ¿Quién era?- el sonido venía por detrás de mí.
  • El fracaso.
  • Nunca te dejará, serás así toda la vida.
  • No me fastidies tú también.
   Era mi compañera de piso, la amargura. Ocasionalmente, vivíamos tres en vez de dos, esto es, que venía a quedarse por unos días la resignación. Yo era un fracaso, estaba amargado y no hacía nada por cambiarlo. Era mucho más cómodo no actuar y conformarse con lo que te toca. Como si lo que te corresponde fuese inmutable.
   Traté de mantener la mente ocupada, no podía seguir así, debía hacer algo, tenía que plantarme y enfrentarme a esos indeseables compañeros. Pero no podía, era demasiado cobarde para hacerlo. Sólo quería huir, marcharme lejos, abandonar este sitio y comenzar de cero.
   Salí a la calle, busqué mi coche y lo arranqué. Dí una vuelta al edificio, aparqué en el mismo sitio y regresé a casa. No tenía donde ir, ¿qué podía hacer? Hasta 3 veces repetí la misma acción. Salí a dar un paseo otra vez. La gente me miraba raro, lo notaba, no me hablaban, saludaban serios, por compromiso, así nunca sería posible hacer relación con nadie. Sentía que me odiaban, que les caía mal, el motivo lo desconozco, pero lo otro lo sé seguro. Ellos son los locos, no yo, ellos los equivocados.
   Después de unos recados volví a decidirme por llevar a cabo mi viaje. Hice una maleta y me marché. Al cerrar la puerta, esta vez, supe que era para siempre, que no volvería nunca más allí. Atrás se quedaban mis miedos, todos mis temores, tras esa puerta olvidados. Me iría lejos, muy lejos.

   No tengo idea de en qué lugar estaba, sólo que se me hizo de noche y que tenía que dormir en algún sitio. Me quedé en el coche a descansar, por la mañana continuaría. Es verdad eso de que por la noche, sin saber por qué, nuestras peores pesadillas se presentan con más fuerza, como si se alimentaran de la oscuridad, como si ella les protegiera. Gracias a Morfeo les vencí, el sueño por el cansancio del viaje era superior a todos ellos.
   Distinto lugar, diferentes personas, hasta clima opuesto, pero algo no cambiaba: yo. Esa era la cuestión, no había que cambiar el exterior, había que empezar por uno mismo. Pero eso era muy difícil.
   Toc, toc, ¿se puede?
   Nunca se irían, puedes huir, pero no escapar, los fantasmas siempre te perseguirán, da igual donde te encuentres, todo está en tu cabeza, no hay forma de acabar.

   La vida es así, un sinfín de emociones y sentimientos entrecruzados, que en su mayoría son horribles. No hay más que ver las noticias para conocer el caos que tenemos por mundo, la destrucción, la desgracia y los desastres nos envuelven. No es necesario escribir una historia de terror, sólo pregúntale a alguien cómo le fue el día, qué ha pasado en tal parte del mundo y ¡bang! Ahí lo tienes, ¿necesitas algo más? No, ¿verdad?

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