sábado, 16 de octubre de 2010

Desplegando sus alas echó a volar...

Angélica era una joven de veinte años de edad, proveniente de una familia adinerada, la segunda de tres hermanos. Era una gran bailarina de ballet y siempre se esforzó por ser la mejor en todo. Tenía que luchar mucho para poder destacar ante sus padres, que no la tenían mucho aprecio, lo que la causaba gran dolor.
   Su hermano Max era dos años mayor que ella, el favorito de su padre, por el gran parecido físico que tenían y porque sería el futuro encargado de la empresa familiar. No se llevaba muy bien con Angélica, pero tampoco se llevaba mal.
   La tercera era Escarlata, un año más pequeña que Angélica y la preferida por su madre, era una belleza, que la explotaba al máximo con una ajetreada carrera de modelo. Odiaba a Angélica, porque era más inteligente que ella y tenía mucho éxito en su vida, aunque no tuviera el apoyo de la familia.

   Vivían en una gran mansión que casi era como un mundo a parte. En su inmenso jardín había espacio para un lago y también para un bosque. Era la zona predilecta de Angélica, porque sólo ella iba allí. El resto de su familia se quedaba por las cercanías de la casa, donde se encontraba la piscina y el salón de reunión exterior, para las visitas. A falta del calor del hogar, se acostumbró a la soledad y pasaba más tiempo entre la naturaleza que en su casa.
   A pesar de no ser muy querida, nunca la faltó de nada, podía tener cuanto quisiera, nunca la hicieron ninguna restricción del dinero, en ese aspecto no había pega. Estaba en una academia de danza y se la pagaban sin problemas. Al igual que todos sus caprichos, que en su mayoría eran libros, era una amante de la lectura. En la casa tenía dos habitaciones propias, una era el dormitorio, y la otra, mucho más grande, era una mezcla de biblioteca y de estudio para bailar.

   Entre las costumbres familiares estaba la de realizar las comidas todos juntos en el gran salón. En ese momento la conversación era obligatoria, casi siempre era el mismo tema. Comentar lo bien que estaba preparada la comida, los detalles de la última campaña de la niña “pequeña”, en resumen, hablaban de todo menos de Angélica. Daba la impresión de no pertenecer a la familia, un detalle importante es que todos eran rubios y ella, tenía el pelo negro como el carbón, además de no ser especialmente agraciada.
   Ese día decidió participar en la conversación para tratar de algo que ella consideraba importante. 
  • Dentro de una semana haré mi debut como bailarina principal en “el lago de los cisnes”.
  • ¿Te importaría no interrumpir las conversaciones importantes?- dijo su madre con desprecio.
   No despuntó palabra. ¿Para qué se esforzaba? Todos sus logros los disfrutaba consigo misma, nadie de su familia la hacía caso. Tan sólo Lulú se alegraba por ella, pero Lulú era su gata persa, con un bello pelaje blanco, y, evidentemente, no hablaba, el único sonido que emitía era el de su cascabel al andar. Pero en ese entorno en el que vivía, era su único apoyo emocional.

   Esa semana entrenó más duro que nunca, les demostraría a sus padres de lo que era capaz, tendrían que reconocerla el mérito. Pero sucedió algo terrible. En uno de sus ensayos cayó repentinamente al suelo. Tenía unos dolores terribles. Gritó hasta que apareció una sirvienta que de inmediato llamó a una ambulancia: se la llevaron al hospital.
   Tenía una lesión en los isquiotibiales, y lo más terrible era la recuperación: para curarse necesitaba un reposo de tres semanas, lo que suponía que se quedaba sin actuar.
   No podía permitirlo, tenía que haber algo que la hiciese curar más rápido, debía estar en ese evento. Sería un paso atrás en su carrera, había entrenado mucho para conseguir estar donde estaba.
   Regresó a casa y como los dolores la impedían moverse estuvo todo el día en la cama leyendo. Sus padres no se preocuparon por ella hasta que vieron que no acudía a la cena. Una criada informó de lo ocurrido y lo único que hicieron fue mandarla llevar la cena a su recámara, ni tan siquiera la fueron a ver, y sus hermanos tampoco.
   Sintiéndose un poco mejor al día siguiente, Angélica hizo caso omiso de las recomendaciones del médico y estuvo bailando. Acción que la mandó de nuevo al hospital, esta vez con una rotura completa, lo que precisaba intervención quirúrgica.
   Ahora era del todo imposible actuar en la gran obra, se acabó. Cuando se recuperase completamente de la operación, debía esforzarse todavía más para recuperar el tiempo perdido y alcanzar de nuevo el reconocimiento.

   Para empeorar su ya desgraciada vida, ocurrió un hecho demoledor para ella. Un fallo en la operación. Se suponía que con el tratamiento llevado correctamente podría volver a bailar, pero tras el incidente, tuvo mucha suerte de recuperarse y lograr caminar. No se explica qué pudo pasar para que uno de los mejores cirujanos la averiase de aquella manera.


   Pasó el tiempo y la vida en familia era cada vez más insoportable. Desde su fracaso, los comentarios en la mesa eran siempre dañinos hacia ella, la martirizaban por lo ocurrido. No se daban cuenta de lo que sufría. Su hermana sentada a su lado murmuraba: baila bailarina, baila. Y añadía tras una risita: ah, no, que no puedes... No eran útiles las visitas al psicólogo ni al psiquiatra, que la recetó unas pastillas para la depresión: bupropion. No tomaba el medicamento, se dedicó a esconder todos los envases, lo que no era de mucha ayuda...
   Se alejó de allí. Ahora hasta se quedaba a dormir en el bosque. Tenía un árbol que la encantaba, y allí era donde solía recostarse a leer, se acurrucaba para dormir o simplemente permanecía junto a Lulú, hablándole de su época de bailarina. Si el viejo roble hablara, al igual que el gato, tratarían de consolar a la pobre chica de aspecto infantil que estaba a falta de cariño. A menudo soñaba con su recuperación, pero lloraba desconsolada cuando se percataba de la realidad.
   De tanto estar en el bosque, descubrió que había un camino que conectaba directamente con el pueblo. Cojeando, se disponía a explorar cuando chocó con un joven: Esteban. Ella le conocía de las fiestas que organizaban sus padres y él también a ella, pero con ese aspecto de pordiosera que llevaba no la reconoció. 
  • Mira por donde vas- la dijo bruscamente.
   Afectada, se volvió a su paraíso. Allí le contó a Lulú lo que había visto. Volvió a la casa para cambiar algunos libros y coger algo de fruta de la cocina. No tenía problema en hacer lo que quisiera, era invisible. Ni en las comidas la echaban de menos, hacían como si nunca hubiese existido. Era muy triste vivir así, para que luego digan que el dinero da la felicidad.
   Todos los días hacía una excursión al pueblo y hallaba algo fascinante. Sentía como si hasta ese momento hubiera vivido en una jaula de cristal, alejada de todo. Veía, más bien, observaba a Esteban cada día, y lo que en un principio era un profundo odio, por ser tan antipático, mudó en un desbordante amor. Era muy simpático y agradable, aunque con el resto de la gente y no con ella. Vio en Esteban un motivo para luchar y mejorar, debía cambiar. Se enteró de que sus padres daban una fiesta y decidió acudir, sólo por verle. Se esmeró mucho para quedar bonita y lo que obtuvo de él fue un simple, pero amable, saludo.
   Por la mañana, volvió a ser la misma chica de siempre, oculta entre la multitud de las gentes del pueblo. De esa forma, consiguió saber muchas cosas de él. Todo lo que ella hacía era por tratar de agradarle.
   Volvió a sentirse viva cuando en las fiestas él comenzó a dedicarle toda su atención. Tuvo la misma sensación que cuando estaba bailando sobre un escenario. Pero parece que Angélica no estaba destinada a ser dichosa y el azar quiso que oyera una conversación en la que Esteban hablaba mal de ella, diciendo que la quería por su dinero y que sólo estaba detrás suyo porque su hermana la modelo ya estaba comprometida.
Huyó a su refugio, sólo allí se sentía segura. Entre gritos desgarradores y llantos desesperados se arrojó al lago, no tenía ningún sentido vivir. No podía bailar, nadie la quería, ¿qué sentido tenía continuar? Era demasiado cobarde, no tuvo valor de suicidarse, temía la muerte, aunque era el camino que veía ante tanta desesperación. ¿Qué habrías hecho tú si te arrebatasen todos tus sueños?

   Continuó malviviendo su torturada vida junto a Lulú. Ya no leía. El invierno había llegado y el frío la mantenía más aletargada, no trató de abrigarse, sólo buscó una manta para proteger a su adorada gata. Pronto vendría la nieve.
   En un último esfuerzo, regresó a la casa para dejar a Lulú, coger las pastillas, tenía más de una docena de cajas y también una botella de vodka. La nieve cubría todo con su manto, si no fuera por sus pisadas, no podría volver a encontrar el camino hacia su verdadero hogar. En el trayecto iba ingiriendo las pastillas y dando tragos a la botella, sus pasos eran cada vez más lentos debido al frío. No estaba segura de llegar a su última meta, pero tuvo éxito y finalmente, no sin dificultad, se tumbó junto al roble con la vista en dirección al lago. Las pastillas se habían terminado, al igual que el vodka. Sólo quedaba esperar a su efecto, no sabía si llegaría eso antes que el frío. Si no moría por sus medios, el frío acabaría con ella. Lo último que sintió fue una caricia en su cara y que algo se había posado sobre su vientre: era Lulú, que fiel a ella, la había seguido.
   Cuando la encontraron parecía una diabólica muñeca de porcelana, en sus ojos cristalizados podía verse todavía el dolor que había padecido durante su corta existencia.
   Se dice, que aún hoy, junto al roble se puede sentir su presencia, como si danzara a su alrededor. Y en la brisa se oyen sus lamentos acompañados del tintineo del cascabel de su inseparable gata persa, blanca como la nieve.


   Entre la manta de la gata encontraron una carta.
Querida” familia:
No merecéis esta carta, si la escribo es para que sepáis que estoy muerta y retiréis mi cadáver que está junto al gran roble antes de que el encargado de quitar la nieve se lleve un buen susto. Sé que no sentiréis gran pesar por mi muerte, hasta me atrevería a decir que os sentiréis aliviados. Me gustaría saber que fue lo que hice para que me tratarais de ese modo, porque no entiendo como puede ocurrir eso en una familia. Familia, creo que nunca supe lo que es eso. No os dabais cuenta que todo mi empeño estaba destinado a agradaros, por eso quería destacar en todo, cosa que a mi hermana la desagradaba. No entiendo por qué si nunca fui competencia para ella. Nunca me quisisteis, ninguno. Sólo Lulú, mi gata, a la que os confío y espero que cuidéis de ella como no hicisteis conmigo. Si hay una pizca de sensibilidad, que se haya librado del botox, cuidadla. Es lo único que os pido. Se despide así, la oveja negra de la familia,
                                                                                                                                                                                     Angélica.

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