miércoles, 4 de mayo de 2011

Había una vez...

Había una vez una joven universitaria, que a pesar de tener el sueño descontrolado no se había quedado dormida ni una sola vez, nunca había perdido el autobús y se sentía contenta por ello. En los casi tres meses de clase siempre llevó la misma rutina, unas veces más justa, otras sobrada, pero siempre a tiempo.
Empezó el año, pero no el cuatrimestre, seguía en el mismo. Primer día de clase del año, fue perfecto, todo genial. Y, como sucede siempre, a todo gran momento de máxima felicidad le sigue un bajón. Tal vez, no debiera generalizar, ya que puede que esto no le ocurra a todo el mundo, pero sí a nuestra joven. Estamos ante una persona bastante sensible y sentimental, hasta el más mínimo detalle puede afectarla en gran medida. Esa podría ser la causa de que no tenga término medio, tan pronto está en la cima como acaba por el suelo...
El segundo día ya fue diferente y la gente lo notó. “¿Qué te pasa?” preguntaban continuamente. “Nada, sólo que estoy cansada” respondía. Aunque había tomado medidas para su alteración con el sueño no habían resultado muy eficaces. El día fue extraño, estaba como ausente pero a la vez pendiente de todo. Pasar toda la tarde en la biblioteca no ayudó a su situación, estudiar era una ardua tarea. Parecía que el día no tenía fin. No se dejó engañar por el cansancio, ya que muchas veces se sintió así y luego no se dormía. Por esta razón, volvió a tomar medidas con la esperanza de que esta vez resultara más eficaz.
Se sintió genial, notaba el efecto y era maravilloso. Poco a poco perdía la conciencia de sí misma y no tardó en quedarse dormida. Se despertó sobresaltada, por costumbre tocó el teléfono y se dio cuenta de que la alarma no había sonado: ¡eran las 3 de la madrugada! Medio a oscuras se levantó. Si no estaba soñando nada, y tampoco había sonado el móvil, ¿qué la había despertado? Fue a beber agua y vio que por el espacio entre la puerta y el suelo entraba luz: había alguien en el pasillo y estaba haciendo mucho ruido. Era extraño pero el ruido era como de cristales rotos, bueno, más bien, escuchó cómo se rompían...
El siguiente sonido que oyó fue el de la alarma, esta vez sí. Se sentía descansada así que no se demoró entre las sábanas. Le vino a la mente el recuerdo de la madrugada, ¿había sido real? Fue una situación rara, no recordaba haberse metido a la cama y, sin embargo, allí estaba. Tal vez lo había soñado todo... Vio la botella casi sin agua, por la noche estaba llena, así que sí había ocurrido todo.
No sabía qué era peor, si dormir poco y mal, y amanecer con pequeños cortes o con misteriosos golpes que no estaban allí la noche anterior o descansar parcialmente, levantarse en mitad de la madrugada y no recordar en qué momento se había acostado.
A menudo, le preguntaban el motivo de por qué se levantaba dos horas antes, aunque en realidad era una hora y media, cuando con media hora sobraba. Es posible que tenga razón, de hecho, hubo un día que se preparó en un cuarto de hora... Pero le gustaba tomárselo con calma, sin prisa. Así, para cuando empiece la clase estará más despejada.
No se sabe qué hizo hoy pero se le pasó el tiempo muy rápido. Lo normal sería salir a las 8 menos cinco de la habitación, pero salió a las 7:57. Bajó casi corriendo las escaleras, llevando un bolso con una carga que sobrepasa los 3 kg, son cuatro pisos. Una vez en la entrada se detuvo a saludar a un conocido y a mirarse un instante en el espejo. Salió a paso ligero, no podía ir corriendo porque sería sospechoso. Tras cruzar la puerta lo vio, allí en lo alto: el autobús. Corre hasta el paso de peatones, semáforo en rojo, se pusieron de acuerdo todos los coches para pasar. Pasa ante sus ojos el transporte que debía coger. Los coches no están cerca, me da tiempo. Cruza rápida la carretera, corriendo como si fuese una carrera de 100 metros lisos, aunque eran algunos más hasta la parada. Ves cómo se sube el último señor y, a continuación, se cierran las puertas. Sólo has llegado hasta la mitad del bus. Harías un último esfuerzo por seguir corriendo e intentar que el chófer parase pero no puedes. Justo al lado de la marquesina hay césped rodeado por un peligroso (sería fácil que tropezaras) bordillo, pero no se queda ahí la cosa, ahí mismo hay una farola. Ese cúmulo de obstáculos hicieron que perdiese el bus.
Maldiciones salieron por su boca. Había próximo otro paso de peatones y un chico ahí parado que lo había visto todo. Se quedó mirándola. El semáforo estaba en rojo para los peatones, pero los coches estaban parados. ¿Qué más da correr un poco más? Había luego otro paso de cebra, era horrible, ahí no lo respeta casi ningún coche. Los amables conductores la vieron llegar corriendo, su mirada al reloj... ¡La dejaron pasar! Si se daba prisa todavía podía coger otro bus. En el camino, descargó su furia propinándole un puñetazo a un pivote, de esos que parecen un saco de boxeo, se sintió un poco aliviada. Paso muy acelerado, escaleras, pasarela, cuesta del parque casi corriendo, paso de peatones (¡libre!), breve distancia a la marquesina. Sin aire, sofocada... El chico que hay se queda mirando extrañado, veo pasar el bus. Genial, había perdido otro. Tanto correr y ahora tenía que esperar 20 minutos.
Menos mal, que a pesar del incidente no llegaría tarde a clase, ya que siempre llegaba con media hora de antelación, salvo hoy que tendría sólo un cuarto de hora.
Cuando llegó no vio a casi nadie. La clase estaba a oscuras, había un chico durmiendo y una chica camuflada en la oscuridad. Se fue nuestra joven a su sitio habitual con una idea en mente. Tenía que escribir.

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