María y Sofía estaban
sentadas en el banco de un parque, poniéndose al día con su vida
mientras puntuaban a los chicos que pasaban por delante. Para su
desgracia tenían un gusto muy parecido así que se los tenían que
repartir para no acabar peleadas.
Después de un rato sin
pasar nadie Sofía vio un 10, algo espectacular y poco común. Un
chico de 1'80 más o menos, con un cuerpo bien proporcionado (se
notaba que era de gimnasio y si no, sabía cómo cuidarse) una
musculatura nada exagerada. Rubio, con el pelo cortado al 2, una
barba de pocos días, la nariz como la de Miguel Ángel Silvestre y
unos llamativos ojos verdes.
Perdió toda la capacidad
del disimulo y se quedó mirando descaradamente, aunque él ni se
giró a verlas, iba concentrado en su camino. María dirigió su
mirada en la misma dirección que Sofía, después de que ésta
murmurara “10” pero no vio nada.
- ¿Dónde ves un diez?
- Habla más bajo, que te va oír, está delante nuestro, ¿estás cegata?
- El sol te está afectando, ya hasta tienes alucinaciones, ya me parecía a mí que por estos lares no hay dieces...
Pero Sofía estaba segura
de que no era fruto de su imaginación, así que propuso ir a dar un
paseo para que su amiga pudiera comprobar que no alucinaba. Fue tras
él, bueno, en la misma dirección ya que caminaba deprisa y había
desaparecido de su vista por un momento. No tardó en verlo de nuevo,
pero esperó a estar cerca para avisar a María.
Llegaron a un antiguo
colegio que ahora era un parking, si no se daba prisa, lo más
probable es que se marchara en algún coche y ya no lo volviera a ver
más. Nada más entrar ya se habían acercado lo suficiente, pero la
amiga seguía sin verle así que Sofía se sintió muy confusa.
María, aprovechando que estaban allí se fue al baño, mientras la
otra fue tras el chico. Lo que pasó fue muy extraño, el joven llegó
a una columna donde estaba la caja del extintor, apoyó la cabeza y
desapareció. Sofía no salía de su asombro, ¿había sido una
alucinación? Volvía donde su amiga cuando lo vio de nuevo, salió
de detrás de otra columna y esta vez fijó su mirada en ella.
- No cuentes lo que has visto.
Y se esfumó, visto y no
visto. Asustada, entró al baño.
- María, ¿estamos solas? Tengo que contarte algo.
Su amiga tiró de la
cadena y salió.
- Sí, ¿qué pasa?
En ese momento de la
puerta contigua salió él, se llevó el dedo a los labios pidiendo
que guardara silencio. Sofía miró a su amiga y comprobó que era
cierto, no podía verle.
- ¿Tú crees en los fantasmas?
- No. Aún así es un tema que me da respeto.
- Vale, y en el supuesto caso de que existieran (él estaba sonriendo), ¿crees que son de las personas que están muertas? Sabes, eso de que siguen aquí porque tienen algún asunto que resolver. ¿O pueden ser de personas que siguen vivas pero se hallan en estado grave?
- Pues no lo sé, pero eso último es muy raro, ¿cómo alguien que está vivo puede ser a la vez un fantasma?
- Es que, hace tiempo me ví una serie en la que salía una pareja que tras recibir varios disparos estaban inconscientes en el hospital, pero seguían con vida y podían hablarse entre ellos y estar al mismo tiempo en el mundo “real” y ver a sus familiares, pero a ellos no podían verlos ni oírlos.
- Sofía, es una serie, ¿no distingues entre realidad y ficción? ¿Te drogas? Porque entre esto y el chico que viste antes...
Sofía miró hacia él,
que seguía allí con ellas. María se giró, pero seguía sin notar
su presencia.
- Bueno, yo me voy ya a casa, que es tarde. Tú deberías hacer lo mismo y dormir un rato, que me parece que no te encuentras nada bien.
Se despidieron a la
salida del parking. Cada una iba en dirección opuesta. Sofía
regresaba al parque y el chico fue tras ella. Se situó a su derecha,
pasó el brazo por encima de los hombros de ella y la acarició desde
la mejilla hasta la barbilla.
- Buena chica, por un momento temí que se lo contaras, pero aún así ya ves que no te creería, así que no importa.
La reacción lógica
sería salir corriendo, pero Sofía no lo hizo. Se sentía relajada,
a pesar de lo extraño de la situación, si de verdad sólo formaba
parte de su imaginación nada malo podría pasarla.
- No entiendo nada.
- Vayamos por partes, así que piensas que soy un fantasma, que de verdad existo vivo o muerto.
- O que sólo eres fruto de mi mente.
- Me temo que no.
Se deshizo del brazo de
él y lo miró asustada. Se negaba a creer que aquello estuviese
pasando de verdad, si era un sueño, quería despertarse ya.
- Si de verdad eres un fantasma...
- Lo soy – la interrumpió él.
- ¿Por qué sólo puedo verte y oírte yo?
- Vaya, pensé que me preguntarías primero otra cosa.
- ¿El qué?
- ¿No quieres saber si estoy vivo o muerto?
Un escalofrío recorrió
su espalda, asintió levemente, temerosa de la respuesta.
- Sigo vivo, aunque no sé por cuanto tiempo.
Una parte de ella se
alegró, sería una pena que un chico así despareciera tan joven y
otra parte sintió curiosidad, ¿qué le ocurría?
Por suerte, no había
nadie más en el parque, pero ella decidió que lo mejor sería ir a
su casa, ya que si alguien la veía pensaría que iba hablando
consigo misma. Afortunadamente, vivía sola. Se sentaron en la cama y
estuvieron conversando durante horas. Así ella supo que el chico se
llamaba Ramón, que se hallaba en un hospital con la vida pendiente
de un hilo porque necesitaba urgentemente un trasplante de riñón,
ya que tras un accidente que tuvo perdió uno de ellos y el otro no
resistiría mucho más. También le contó muchas cosas de sí mismo
pero aún faltaba un detalle que a ella le inquietaba.
- Te falta responderme a una pregunta, ¿por qué sólo puedo verte y oírte yo?
- Verás, eso es muy complicado, ¿crees en el destino?
- Por supuesto.
- Tú y yo, a pesar de que todavía no nos conocíamos, estábamos predestinados a estar juntos y no podía morirme sin conocerte.
Se produjo un largo
silencio en el que ella trataba de asimilar todo lo ocurrido. Respiró
hondo.
- ¿Cómo puedes saber eso?
- Cuando desperté en este estado lo supe, para mi sorpresa, no me resultó difícil encontrarte. Estoy ingresado en el hospital en el que tú trabajas de enfermera y tu amiga es mi médica.
Decidió comprobar hasta
que punto era real todo lo ocurrido y llamó a María para
preguntarla disimuladamente, para que no notase nada raro, por Ramón.
Su cara era de absoluta estupefacción cuando quedó demostrado que
era verdad.
A modo de favor y con la
promesa de que algún día se lo explicaría consiguió que la médica
la hiciera las pruebas para ver si su órgano sería compatible con
el de Ramón. Finalmente, y tras un largo proceso de recuperación
todo salió a la perfección.
Cuando Ramón abrió los
ojos en el hospital lo primero que vio fue la cara sonriente de Sofía
y el calor de su mano cogida a la suya. Una mirada de complicidad que
sólo ellos podían entender lo explicaba todo. Con el
electrocardiógrafo a modo de banda sonora él la dijo sus primeras
palabras salidas de su auténtico cuerpo:
- Unidos para siempre, porque nuestro amor va más allá de lo físico.
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