jueves, 25 de agosto de 2011

Para el Taller de Escritura Creativa IV


DESDOBLADOS

Mi mujer y yo celebramos nuestros diez años de feliz matrimonio con una cena romántica y en los postres ella me confesó que sus días no tenían veinticuatro horas sino cuarenta y ocho. Y que ella en lugar de tener una vida tenía dos: una conmigo y otra con otro.

El otro no era si no yo mismo, pero en otro tiempo, cuando todavía no la maltrataba. Cuando éramos una pareja feliz y yo no estaba alcoholizado. Está claro que el feliz de la primera línea tiene cierto tono irónico, pues hace tiempo que no somos capaces de vivir así.
Las 48 horas de su día se deben a que trabaja en jornada de mañana y tarde, aún así, es ella la que se encarga de las tareas de la casa.
¿Por qué sigue conmigo? Porque vivía con miedo, a terminar muerta, “como esas que salen en el telediario” me dice. Es entonces cuando yo la digo que la quiero y la prometo que no se volverá a repetir.
Hace un mes que cumplí mi promesa, entré en rehabilitación y llevo todo ese tiempo sin beber. Pero hoy es nuestro décimo aniversario, lo estamos celebrando, así que tomé una copa. Ella me miró preocupada, pero la dije que estuviese tranquila, que no era nada. Pero no fue así. Poco a poco bajaba la botella.
Ahora estoy en la cárcel y lo último que recuerdo de esa noche es ver entre mis brazos el cuerpo sin vida de mi mujer.

Nota: lo escrito en negrita no es mío si no de Marcos Díez Manrique.

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