¿Conoces
esa horrible sensación de querer escribir y no poder? Yo no la
soporto. Me atormenta a cada momento, fluyen un montón de ideas de
forma constante y al hallarte ante el folio en blanco se esfuman. Es
frustrante cuanto menos. Te concentras y nada, da todo igual, a mayor
concentración, mayor dolor de cabeza. ¿Cómo es posible? Hace un
momento la inspiración estaba ahí y sin avisar decide irse,
¡maldita bastarda! ¿Quién se ha creído que es? No sabe con quién
se ha metido, no me voy a rendir tan fácilmente sólo porque ese ser
caprichoso haya decidido abandonarme. Me basto y me sobro, no la
necesito.
(Un
rato más tarde).
Vale,
me rindo, te quiero de vuelta, haré lo que sea. Aunque si quieres
abandonarme, lo comprendo, pero por favor, ¡devuélveme mis ideas!
Después de eso, eres libre de marcharte...
Nada,
la muy perra es así, prefiere venir en el peor momento, cuando no
pueda escribir, precisamente en ese instante decidirá volver, si es
que ya me la conozco, siempre me hace lo mismo.
Efectivamente,
no me equivocaba, vino cuando estaba en la ducha. Así que tan pronto
como me fue posible salí del agua para apuntar las ideas en un
papel, no iba a correr el riesgo de que se esfumasen. Después me
pareció conveniente vestirme, aunque no me esmeré mucho, un tanga y
una camiseta larga, ventajas de vivir sola, no le causas daño visual
a nadie con la desnudez de tu cuerpo.
Acto
seguido creía que el texto fluiría sólo, pero no fue así, para mi
desgracia. Tuve que hacer uso de mi fuerza de voluntad, una vez que
te pones, las palabras fluyen solas, pero requería un poco de
esfuerzo. Aunque mi orgullo diga que sí, en realidad no podía sola.
Recurrí a la música, escuchar Metallica siempre me ayuda en
cualquier momento, empecé con “Wasting
my hate” pero la pantalla de mi ordenador permanecía
con un blanco inmaculado, que comenzaba a resultar ofensivo. No
quería hacerlo, pero no me quedó más remedio que llamarle, aunque
no me agradaba la idea, pensé que me resultaría útil: Jack. Es más
conocido como Jack Daniels, el único hombre que dejaba entrar en mi
cuerpo, mi amor por el whiskey era superior a cualquier otra cosa,
ojo, no confundir con alcoholismo, sé perfectamente lo que hago.
Tras
beberme media botella el folio seguía vacío, lo único que había
cambiado es que ahora estaba borracha. Definitivamente, soy un
desastre. Consideré que había llegado el momento de desistir, la
escritura no era lo mío, escribir por obligación no es placentero,
lo mejor sería que no me presentase al concurso de relatos cortos.
Seguí bebiendo, resistiéndome frente a la desesperanza, aún
esperaba un milagro, fue entonces cuando sonó el timbre. Miré el
reloj extrañada, ¿quién en su sano juicio aparece de visita a las
3 de la madrugada en casa de alguien?
Torpemente
me encaminé hacia la puerta, no pude evitar sonreír al ver quién
se encontraba al otro lado. Desde luego, a nadie en su sano juicio se
le ocurriría, sólo Sam podría hacerlo y además, traerme otra
botella de whiskey, me conocía demasiado bien.
- A juzgar por tu aspecto, doy por hecho que tu relato no avanza mucho, ¿no? - me dijo nada más entrar en mi casa.
- A juzgar por el tuyo, creo que has venido en condición de musa – aventuré tras mirarla de pies a cabeza.
Venía
vestida con una gabardina negra que dejaba ver sus piernas cubiertas
por unas medias negras, de encaje, hasta el muslo, bien sabía que
debajo sólo llevaría su ropa interior, nada más. Poco a poco, se
iba desatando la gabardina, primero el cinturón y luego botón a
botón, lentamente, yo no podía apartar la vista de ella. Mientras,
mi cabeza viajó al momento en el que la conocí, hace ya tres años
de aquello.
Una
noche de viernes en un bar cualquiera, estaba con mis amigas de
fiesta bailando cuando algo, o mejor dicho, alguien, llamó su
atención. Ellas que se habían preparado para conquistar a todos los
hombres del lugar se vieron eclipsadas por una flamante pelirroja que
estaba sola bailando en el centro de la pista, todos los ojos
pendientes de ella y algunos hombres que trataban de acercarse eran
descaradamente ignorados. Mis amigas, sin conocerla de nada, se
pusieron a criticarla. Yo no pude participar en la conversación.
Nunca me había replanteado mi sexualidad, por ser mujer me gustaban
los hombres, punto, no tenía más misterio la cuestión. Pero esa
noche, esa chica... ¿Por qué me sentía tan atraída?
Volví
en mí cuando me preguntaron directamente, qué pensaba sobre ella.
Al no seguirles el juego me dejaron de hablar, ahí es cuando me di
cuenta de con qué tipo de gente estaba. En cuanto la chica fue al
baño, no dudé en ir detrás. Se metió en un váter y la puerta no
cerraba así que se la sujeté.
- Gracias – me dijo al salir- esto es lo malo de salir sola de fiesta, nadie te sujeta la puerta.
- ¿Has salido sola? - me fascinaba, yo no sería capaz.
- ¡Claro! Hay que darle al cuerpo lo que te pida, si quiere salir y no hay nadie disponible, pues no queda de otra.
- ¿No te has dado cuenta de que tenías a todos pendientes de ti? Podrías estar con cualquier hombre de ahí fuera.
- ¿Y qué te hace pensar que quiero un hombre en mi vida? - me preguntó alzando una ceja.
En ese
preciso instante creo que es cuando me enamoré de ella. La miré,
sin poder responderla, analizando su expresión, me debatía
mentalmente entre lo que siempre había pensado y lo que sentía en
ese momento. Al no obtener respuesta por mi parte se disponía a
marchar cuando me dijo una última frase:
- Recuerda, haz lo que te pida el cuerpo.
Era
ahora o nunca, me tenía que arriesgar. Detuve la puerta para que no
saliera, estaba muy cerca de mí, demasiado, sus ojos penetraron
hasta mi alma y su sonrisa me tenía totalmente hechizada. Haz lo
que te pida el cuerpo, recordé. Me acerqué aún más a ella,
pero seguía impasible. Me replanteé el hecho de haber entendido
algo mal o simplemente, que yo no le resultase atractiva. Entonces,
como si me hubiera leído la mente:
- Tú también me atraes.
Y para
mi sorpresa, me besó, intensamente, como nunca nadie lo había
hecho. La fogosidad que desprendíamos podía hacer arder todo el
local, mientras mis manos inexpertas recorrían por primera vez un
cuerpo femenino. Desde aquel momento, ella es mía y yo le pertenezco
a ella. Evidentemente, en contra de todo el mundo, tan lleno de
prejuicios, nadie lo entendía.
Y tres
años después de aquel momento aquí sigo con ella, ¿cómo no iba a
estarlo? No era alguien para dejar escapar así como así, aunque
había sido difícil, finalmente la relación va como la seda.
Se
acercó a la mesa, cogió un vaso y se sirvió whiskey, me acercó la
botella y brindamos. Teniéndola a ella no necesitaba la bebida así
que lo dejé y comencé a besarla, lentamente, desde su boca y fui
descendiendo. Llevaba una lencería preciosa, lamentablemente no le
duró mucho puesta, salvo las medias que se las dejé, eran mi
perdición y ella lo sabía, me sonreía maliciosamente mientras me
quitaba la camiseta para dejarme únicamente con el tanga. Estábamos
tiradas en el sofá y cuando me fui a incorporar para ir a por el
aceite para masajes me empujó contra el sofá, cogió la botella de
whiskey y me lo derramó por el pecho y el abdomen, para lamerlo a
continuación. No me moví, cuando quería podía ser muy persuasiva.
Tras esta escena ya me dejó levantarme y la llené de aceite para
darle un masaje, muy cuidadoso, sabía cómo le gustaba y qué zonas
debía tocar. Lo terminé con besos por la espalda hasta su nuca y
fue ahí cuando enloqueció. Me empezó a tocar de forma
desenfrenada, mientras me besaba, me mordía y me acariciaba con la
otra mano por el resto del cuerpo, centrándose en mi pecho. Ahora la
que perdía la cabeza era yo, terminé con la cabeza entre sus
piernas, haciéndola gemir. Luego me devolvió el favor y bueno,
seguimos con nuestros juegos durante horas, hasta terminar agotadas
tiradas en el suelo, abrazadas.
Ella
se levantó en busca de su Marlboro, como le veía las intenciones le
dije que se fuera de casa, al jardín, que no quería sus malos humos
y ese apestoso olor en mi casa. Accedió gustosamente, pero salía
tal cual estaba, sin ponerse nada y me puse celosa de que algún
trasnochador o madrugador, según se viera, pudiera contemplarla.
Salí tras ella.
- ¿Por qué vienes? ¿No es que no te gusta mi olor? - me dijo coqueta.
- Ya sabes que tu olor me encanta, pero ese no precisamente...
Le
quité la cajetilla y se la tiré al jardín, mientras la llevaba de
la mano hacia la piscina. Así al menos no se la vería tanto. Era
tan bella como una sirena nadando, en los descansos me hablaba:
- Si quieres mi consejo sobre por qué estás bloqueada para escribir, en mi opinión creo que te falta decisión. Deberías ser más descarada, no reprimirte tanto por lo que puedan pensar los demás acerca de tus escritos, si no les gusta, pues mala suerte, no pierdes nada. Pero por favor, nunca dejes de ser tú misma.
Comprendí
que tenía razón, siempre la tiene. No sé que haría sin ella, es
mi diosa particular, mi todo. Antes de conocerla, odiaba que me
tocasen, pero después entendí que necesitaba calor humano, no tenía
que cerrarme ante el mundo.
Salí
del agua y cogí una toalla para envolverme, me sequé bien las manos
y me situé de nuevo frente a la hoja en blanco. Sam vino a sentarse
en mi regazo y tras su beso, al fin, empecé a escribir:
“¿Conoces
esa horrible sensación de querer escribir y no poder? Yo no la
soporto.”